De las grandes figuras que ha dado el partido conservador británico, el de los célebres tories, Benjamin Disraeli no es de los más conocidos en el mundo hispano. No es extraño escuchar referencias a Winston Churchill, mito moderno, constantemente recordado por una larga serie de películas y series de calidad que se producen sin cesar, más aún en ese extraño Reino Unido post-Brexit que se alza en el horizonte y que necesita como referentes grandes líderes que triunfaron cuando imperaba el desánimo. Por supuesto, la otra figura icónica de los tories no es otra que Margaret Thatcher, la Dama de Hierro, la premier que cambió el mundo -y no sólo el anglosajón- para siempre. Es admirada y odiada sin términos medios, con un ahínco desconocido incluso en la figura de Churchill.
Disraeli, en cambio, resulta más lejano. Pertenece a ese siglo XIX en que el Imperio Británico resplandecía en todos los rincones de la tierra y del que nos resultan más familiares otros nombres como el del escritor Charles Dickens y sus humildes protagonistas. Disraeli, sin embargo, es una figura trascendental en la historia de su partido. En una época en que el derecho al sufragio se extendía de manera lenta pero imparable en la sociedad británica (sobre todo a partir de la Reform Act de 1867), consiguió que ese ya entonces viejo partido, portavoz de los intereses de aristócratas y potentados, se consagrase como la fuerza política predominante en el nuevo juego político. Disraeli lo hizo popular.
Hay numerosas biografías de este hombre de banca fracasado reconvertido en escritor de éxito y finalmente en el premier más amado -esa es la palabra- por la Reina Victoria. Es significativo que estos trabajos, en su mayoría, no estén traducidos al castellano. Querría destacar Disraeli: A Study in Personality and Ideas de Walter Sichel, una obra publicada en 1904.
No es exactamente una biografía, sino un análisis de las ideas de este personaje tan pintoresco. Antes de entrar en sus planteamientos, hagamos un brevísimo repaso de la vida de este personaje.
Nació en 1804 en Londres, hijo del erudito Isaac Disraeli, en el seno de una familia judía. Pensando en las posibilidades de la familia, Isaac bautizó a su hijo en la Iglesia de Inglaterra. A pesar de esto, y del ferviente antisemitismo de la época, Benjamin estuvo siempre orgulloso de su origen judío, el cual nunca ocultó, y de hecho apoyó que los judíos pudiesen formar parte del parlamento británico.
Demostró además una personalidad distinguida, gran lector, enamorado de la luz eléctrica y de la ropa cara, tuvo hasta alcanzar la gloria política serios problemas con sus acreedores. Se sintió fascinado toda su vida por mujeres que eran mayores que él. De carácter apasionado, está considerado uno de los mejores oradores de la historia de Inglaterra. Como buen dandy, se dejaba seducir por lo magnífico y lo majestuoso, coronó a Victoria como emperatriz de la India, nacionalizó el canal de Suez y buscó hacer del Imperio británico una versión maximizada de su admirada República de Venecia. Es además, el único primer ministro ennoblecido durante sus funciones de gobierno, pues recibió el título de conde de Beaconsfield.
Pero no fueron (sólo) sus fantasías imperialistas las que le hicieron interesante para el electorado. Disraeli encabezó el movimiento de la “Joven Inglaterra” que transformó completamente el partido Torie, el cual era de tendencia librecambista. El premier, en cambio, apostó por el proteccionismo, por el apoyo a la agricultura nacional. Esta transformación acabó con el partido hasta entonces encabezado por Robert Peel.
Como ministro, Disraeli consiguió aprobar la Public Health Act de 1875, que modernizaba el sistema sanitario británico y ampliaba su cobertura. Ese año también sacó adelante la Conspiracy, and Protection of Property Act, que permitía a los trabajadores denunciar a sus empleadores si incumplían estos los términos de los contratos. En política doméstica también buscó ampliar el alcance de la educación y de los controles sobre la alimentación.
Según Walter Sichel la grandeza de Disraeli está en que supo hacer popular los pilares tradicionales de Inglaterra en una época en la que avanzaba la moderna democracia. Así, hizo demócrata al partido torie, algo impensable hasta entonces. Consiguió devolverle también la popularidad a una reina que se había alejado de la vida pública tras la imprevista muerte de su marido, el príncipe Albert en 1861. Disraeli ligó a un partido que hasta su llegada parecía anacrónico con una reina alejada demasiado tiempo de la opinión pública. No se puede entender el carácter político y simbólico de la Inglaterra de hoy sin Benjamin Disraeli.