En la primavera de 1995, algunos periódicos italianos recogieron una noticia curiosa: en la próxima Bienal de Venecia se expondrían los cuadros de Loota, una chimpancé recién liberada de de un laboratorio farmacéutico. Tras ser rescatada, Loota se había convertido en una talentosa artista y todos los que se acercasen por la Bienal podrían comprobarlo.
Por la misma época, comenzaron a aparecer en el área de la ciudad de Viterbo restos de lo que parecían misas negras o sacrificios rituales. La prensa local y la televisión nacional se hicieron eco de la noticia, provocando una psicosis colectiva.
Y de nuevo la Bienal. En 1999 el artista serbio Darko Maver fue seleccionado para participar en la edición de ese año. La controversia fue enorme: las obras de Maver consistían en maniquíes de tamaño real que parecían cadáveres mutilados. Según se contaba, había estado en prisión por conducta antisocial, lo que produjo llamamientos a la solidaridad de diferentes revistas culturales, se organizaron exposiciones y críticos que aseguraban haberlo conocido en persona se posicionaron a su favor. Justo antes de la inauguración del festival, se anunció su muerte en un bombardeo de la OTAN.
Todos estos episodios tienen algo en común además de su evidente extravagancia. Son falsos. No había ningún chimpancé con talento para la pintura, las misas negras de Viterbo eran un montaje y las supuestas obras del artista serbio estaban sacadas de los rincones más mórbidos de internet. El responsable de estas acciones de «sabotaje mediático» era Luther Blissett, un alias multiusuario (tomado de un jugador del Milan ACF de los años ochenta) que amparaba a un número indeterminado de artistas y activistas de diferente adscripción política (marxistas, situacionistas, altermundistas y libertarios). Sus acciones se dirigían sobre todo a los medios de comunicación masivo, para poner de manifiesto su falta de profesionalidad y lo sencillo que resultaba manipularlos. Pero también hubo acciones destinadas a cuestionar la concepción tradicional de la propiedad intelectual y los derechos de autor. La más llamativa (e influyente) fue la publicación de una novela.
En 1999, la prestigiosa editorial Einaudi publicó Q, una novela histórica sobre las guerras de religión alemanas del siglo XVI y el nacimiento del capitalismo. Aupada por la gran recepción de público y crítica, fue rápidamente traducida a diferentes idiomas, convirtiéndose en un best seller mundial. El supuesto autor de la novela era, cómo no, Luther Blissett, aunque en realidad era fruto del trabajo colectivo y anónimo de diferentes escritores. Su misma existencia suponía un cuestionamiento de la figura del autor y, por extensión, de la propiedad intelectual. En el pie de imprenta se autorizaba expresamente a la reproducción y transformación de la novela, siempre que fuera sin ánimo de lucro.
Esta manera de reducir libremente el copyright, influenciada por las proclamas antiarte del neoísmo de los años 80 y del movimiento del «software libre», se anticipó (y seguramente provocó) la creación de las licencias Creative Commons.
Más de veinte años después, el así llamado «conocimiento libre» y sus correspondientes licencias están más que normalizados. Muchos artistas y empresas culturales producen obras bajo las licencias copyleft o Creative Commons y el propio Estado promueve este tipo de licencias, como dejan de manifiesto la Ley 56/2007, de 28 de diciembre, de Medidas de Impulso de la Sociedad de la Información y la Ley 11/2007, de 22 de junio, de Acceso Electrónico de los Ciudadanos a los Servicios Públicos.
En general, estas nuevas licencias ofrecen nuevas posibilidades a iniciativas para las que el copyright tradicional resulta demasiado rígido, pero es evidente que no son la panacea. Todas tienen una serie consecuencias que es necesario conocer antes de optar por unas u otras.
Copyleft
El origen del copyleft se encuentra en los inicios de la industria informática. A finales de la década de los setenta, el programador Richard Stallman recibió el encargo de desarrollar un software para la empresa Symbiotics. Stallman desarrolló el programa y lo entregó a la empresa bajo dominio público. La empresa, como era habitual en aquellos tiempos, mejoró el software, lo patentó e impidió a su creador acceder a esas modificaciones de su propio trabajo.
Para Stallman su caso dejaba claro que las leyes de copyright suponían un freno al desarrollo del software y una fuente de injusticias para los programadores, por eso se propuso crear una nueva serie de licencias de derechos de autor. En 1989 nacía la Licencia Pública General de GNU o (GNU General Public License).
En realidad, el copyleft es una serie de licencias que protegen la modificación y distribución libre de las obras protegidas por ellas. Pero esto no quiere decir que la obra entre en dominio público, ya que de ser así cualquier usuario podría modificar la obra y protegerla con copyright. En palabras del especialista en propiedad intelectual, Pascual Barberán: «El copyleft lo que hace es generar una licencia por la que quien use la obra se comprometa a permitir que esa pueda ser modificada y redistribuida por terceros, y esos terceros también se verían vinculados por la dinámica de licencias». De esta manera se evita que se de la situación que se dio entre Richard Stallman y Symbiotics.
Estas licencias dan derecho a cualquier usuario que haya adquirido un programa bajo esta licencia a tres derechos sobre el mismo:
- Copiar el programa.
- Modificar el programa
- Distribuir una versión mejorada del programa.
Estas licencias, gestionadas por la Free Software Foundation, también se han aplicado a las obras artísticas, aunque en estos campos son mucho más problemáticas. Una novela o un cuadro no es un programa de ordenador. Precisamente por eso es por lo que unos años después se crearon las licencias Creative Commons, usadas de forma mucho más habitual en este tipo de obras.
Creative Commons
En el año 2001, Laurence Lessing, un abogado y académico especializado en derecho informático muy crítico con los derechos de autor, fundó la organización Creative Commons. Es una organización sin ánimo de lucro, con sede en la Stanford Law School, que tiene por objetivo el desarrollo de instrumentos jurídicos gratuitos que faciliten el acceso a la cultura.
Estos instrumentos, conocidos como licencias Creative Commons o licencias CC son un sistema de licencias que permiten al autor decidir el grado exacto de protección de su obra. No pretenden sustituir a los derechos de autor, sino que se basan en la legislación existente de propiedad intelectual para limitar y modificar los términos de esas licencias de la forma que mejor convenga al autor en cuestión.
El sistema es flexible. Existen una serie de módulos de condiciones, representados por un símbolo, que se combinan para dar lugar las seis licencias Creative Commons que existen:
- Reconocimiento
- Reconocimiento-CompartirIgual
- Reconocimiento-SinObraDerivada
- Reconocimiento-NoComercial
- Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual
- Reconocimiento-No comercial-Sin obra derivada
El símbolo que representa a la licencia se incluye en la obra (sitio web, carátula de un disco o página de créditos de un libro), junto a la frase: «Algunos derechos reservados» y enlace al sitio web en el que se explican detalladamente las condiciones de la licencia.
Conclusión
Gracias a su flexibilidad, las licencias Creative Commons son cada vez más utilizadas en campos ajenos a la informática. Como hemos dicho, se adaptan mejor a este tipo de obras que las licencias copyleft, más relacionadas con el mundo del software.
Siempre que se conozcan las consecuencias que implica cada licencia, son un instrumento útil que puede favorecer la difusión de la propia obra. Pero hay que tener en cuenta que una vez distribuida, una obra licenciada con Creative Commons cualquiera la podrá usar bajo las condiciones de la licencia aunque el creador original las cambie (algo que suele ocurrir cuando la obra en cuestión tiene más éxito del esperado).
En el mundo de la propiedad intelectual hay siempre intereses contrapuestos y no existen respuestas universales. La llamada «cultura libre» no es una de ellas, pese a su interés y utilidad en casos concretos.
Por cierto, aunque Luther Blisset se disolvió oficialmente a finales de los noventa, todavía hay acciones que se le atribuyen. Y varios de los escritores de Q siguen publicando novelas históricas (licenciadas con copyleft y Creative Commons) bajo el nombre colectivo de Wu Ming, que en chino significa «anónimo».
Alejandro Alvargonzález Fernández
Abogado y Editor
06-05-2021